Frente a la tragedia, Turquía recompone sus lazos con Grecia y Armenia.


En los últimos años, la política exterior de Turquía ha estado marcada por los cambios. Ankara ha enterrado el hacha de guerra y ha vuelto a entablar relaciones con varios países con los que estaba enfrentada desde hacía tiempo, como Emiratos Árabes Unidos, Egipto e Israel. También está sobre la mesa un acercamiento al gobierno de Siria, y el presidente Recep Tayyip Erdogan ha declarado que consideraría la posibilidad de reunirse con su homólogo sirio para "fomentar la paz y la estabilidad en la región".

Ahora, los mortíferos terremotos del 6 de febrero parecen haber allanado el camino para que Turquía enmiende sus lazos con otros vecinos.

Por ejemplo, Grecia. Antes de los seísmos, que se cobraron decenas de miles de vidas y arrasaron ciudades enteras en el sureste de Turquía, las relaciones del país con Grecia estaban al borde del colapso. Con ambas naciones preparándose para las elecciones, existía el temor generalizado de que las crecientes tensiones en el Egeo y el Mediterráneo oriental pudieran desembocar en un enfrentamiento militar. Pero todo cambió cuando se produjeron los terremotos y se hizo evidente la magnitud de la devastación a la que se enfrenta Turquía.

El gobierno de Grecia envió decenas de miles de tiendas, camas y mantas a la zona del desastre para ayudar a los supervivientes. También desplegó en la región equipos totalmente equipados de profesionales de rescate, médicos y paramédicos. El 12 de febrero, el ministro griego de Asuntos Exteriores, Nikos Dendias, visitó la provincia de Hatay, afectada por el terremoto, convirtiéndose en el primer alto funcionario de un Estado miembro de la Unión Europea en hacerlo. Los ciudadanos griegos también han querido apoyar a sus vecinos en esta crisis, donando lo que han podido a organizaciones benéficas que trabajan en las zonas afectadas y compartiendo mensajes de solidaridad en las redes sociales. Turquía ha respondido con auténtica gratitud, lo que ha llevado a Dendias a afirmar que celebra "el cambio de tono de Ankara".

Esta espectacular mejora de las relaciones en medio de una crisis humanitaria no sorprendió especialmente a los observadores a largo plazo de las relaciones entre Turquía y Grecia, ya que ambos países habían emprendido con éxito la llamada "diplomacia del terremoto" por primera vez en 1999. Tras el mortífero seísmo que asoló la región turca de Mármara en agosto de ese año, el entonces ministro turco de Asuntos Exteriores, Ismail Cem, y su homólogo griego, Yorgos Papandreu, emprendieron un viaje para mejorar las relaciones entre ambos países. El consiguiente acercamiento allanó el camino para la decisión de la UE de diciembre de 1999 de conceder a Turquía el estatus de candidato oficial.

Los terremotos también aliviaron las tensiones entre Turquía y Armenia.

Dejando a un lado sus antiguas diferencias y disputas con Ankara, el gobierno armenio envió alimentos, medicinas, agua potable y otros suministros de emergencia a las ciudades y pueblos devastados poco después de los seísmos. También se desplazaron sobre el terreno equipos armenios de investigación y rescate. La participación de equipos armenios en las operaciones de rescate en Gaziantep y Kahramanmaras, dos provincias que albergaban grandes comunidades armenias en el pasado, fue muy simbólica. Y lo que es más importante, la ayuda procedente de Armenia entró en Turquía a través de la frontera terrestre, sellada desde principios de la década de 1990. A raíz de estos gestos de buena voluntad, el ministro armenio de Asuntos Exteriores, Ararat Mirzoyan, visitó Ankara el 15 de febrero para hablar de los esfuerzos en curso para normalizar los lazos entre Armenia y Turquía.

No cabe duda de que Turquía está ahora en mejores condiciones que hace un mes para mejorar sus relaciones con Armenia y Grecia. Pero, ¿podrá la actual "diplomacia del terremoto" transformar realmente las relaciones de Turquía con sus dos vecinos, que por razones históricas ocupan un lugar preponderante en el imaginario de la sociedad turca?

Las perspectivas son diversas.

Hoy, en medio de una recesión económica mundial y una guerra en el corazón de Europa, Grecia tiene muchas razones para intentar mejorar sus relaciones con Turquía. Sin embargo, a pesar de que una catástrofe natural ha vuelto a acercar a las naciones vecinas, las cuestiones que están en la raíz de los problemas de Grecia y Turquía siguen sin abordarse.

En octubre, por ejemplo, Turquía firmó un memorando de entendimiento con las autoridades libias, con sede en Trípoli, para realizar prospecciones de petróleo y gas en zonas del Mediterráneo Oriental reclamadas por Grecia y Egipto. Aunque un tribunal libio ha suspendido el acuerdo, sigue irritando a Grecia. Turquía, por su parte, probablemente no haya olvidado la decisión de Grecia de reforzar su presencia militar en las islas del Egeo y las promesas del Primer Ministro Kyriakos Mitsotakis de reforzar la valla a lo largo de la frontera greco-turca para impedir la entrada de solicitantes de asilo. Por último, pero no por ello menos importante, no hay indicios de avances en la dividida Chipre, donde Grecia y Turquía llevan décadas enfrentadas.

Así pues, las relaciones greco-turcas siguen atrapadas en un círculo vicioso. Todo apunta a que, una vez que Turquía se cure las heridas y se recupere, las antiguas disputas entre ambas naciones volverán a la superficie.

En la actualidad, Armenia tiene aún más razones que Grecia para intentar mejorar sus relaciones con Turquía. La derrota que sufrió en 2020 frente a Azerbaiyán en Nagorno-Karabaj ha puesto de manifiesto los peligros de su dependencia de Rusia. Moscú no sólo no acudió al rescate de Ereván, sino que no hizo prácticamente nada para impedir que los azeríes y sus aliados turcos reconquistaran territorio.

Como consecuencia, Armenia siente ahora la necesidad de cambiar su política exterior y considera que unas relaciones más estrechas con la UE y una posible reconciliación con Turquía son un posible camino a seguir.

El pasado mes de julio, el Primer Ministro Nikol Pashinyan se reunió por primera vez con Erdogan, mientras asistía a la cumbre inaugural de la Comunidad Política Europea en Praga. Dado que Azerbaiyán tiene la sartén por el mango en Karabaj, Turquía está dispuesta a entablar relaciones con Armenia, reforzando así su propio estatus de actor principal en el Cáucaso Sur. Además, el gobierno turco está estudiando la posibilidad de establecer el denominado Corredor Central, que se extendería hasta Asia Central a través de Armenia y Azerbaiyán. Una pieza fundamental del rompecabezas es el denominado corredor de Zanzegur, que conecta a través de territorio armenio el exclave azerí de Nakhichevan, adyacente a Turquía, con Azerbaiyán propiamente dicho.

Sin embargo, también existen límites a lo lejos que puede llegar este acercamiento entre Turquía y Armenia.

El principal obstáculo son las continuas escaramuzas en torno a Karabaj. Desde diciembre, los "ecologistas" azerbaiyanos bloquean la única ruta terrestre entre el territorio armenio y Armenia. El bloqueo ha provocado escasez de medicinas, alimentos y otros suministros esenciales. Al parecer, Bakú intenta obligar a la parte armenia a firmar un tratado de paz que supondría la plena devolución de Karabaj a la soberanía azerbaiyana. El 16 de febrero, Azerbaiyán presentó incluso un borrador. Mientras Azerbaiyán continúe con sus intentos de expandir su territorio, es probable que un gran paso adelante en el frente Armenia-Turquía tenga que esperar.

El inmenso sufrimiento y las pérdidas que Turquía experimentó como consecuencia de los terremotos del 6 de febrero llevaron a sus vecinos a dejar de lado desacuerdos profundamente arraigados y rencores históricos para ofrecer apoyo y solidaridad. Pero, al igual que ocurrió en 1999, es poco probable que los actuales intentos de diplomacia sísmica produzcan mejoras sostenibles a largo plazo en las relaciones bilaterales. Con el tiempo, las duras realidades políticas se impondrán y asistiremos a una vuelta a las viejas tensiones y enfrentamientos.

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